El abuso sexual infantil mata
¿Cuánto tardamos en salir del horror? ¿Después qué? ¿Hay un después reaccionario? ¿Por qué no decir que en el Departamento Colón hay infancias vulneradas, abuso sexual infantil, niños y niñas violadas, penetradas, destrozadas por sus propios familiares en la mayoría de los casos? .
[Pensando y dialogando sobre abuso sexual infantil, Estado, justicia y transformación cultural]
•×Ani Alegre
© Ensayo fotográfico sobre la Fundación Felices Los Niños: Lo que puede un cuerpo de Tamara Grinberg
Hay cientos de expedientes al mes en tribunales. Hay denuncias. Hay redes de pornografía infantil, hay adicción a ello. Hay adultos responsables que ocultan, niegan, fingen demencia y siguen. Hay suicidios, depresión, fichas que caen años después y no proscriben. Hay cicatrices que aparecen con las clases de educación sexual integral en la escuela, hay una docente que despertó en una joven los secretos bien guardados de su tío. Hay denuncias. Hay niñas alejadas de sus padres proxenetas esperando una familia que les de abrigo. Hay en el Departamento Colón y no podemos salir del horror. Hay cámaras gesell, protocolos, manuales de buenas prácticas. Prendés la tele, abrís el diario, haces clic en una página y hay: una niña de 13 años que da a luz y fue abusada, un tío que abusó de sus sobrinas de 5 y 7 años y una condena por explotación sexual a dos menores. Hay profesores que acosan a sus alumnas y alumnos de sexto grado. Hay curas denunciados por pedofilia que debieron irse corridos de la cuidad. Hay infancias violadas por padres y madres algunos profesionales de renombre, otros buenos laburantes compañeros de la empresa, señoras amas de casa. Hay denuncias a hermanos que se masturban en el cuerpo de dos niñas rodeadas de peluches. Hay cámaras que lo graban. Hay adictos y adictas a las drogas que fueron violados y violaron en situaciones de consumo. Hay pruebas, datos, casos suficientes, irreproducibles a la vez que imaginables, pues los hay.
El abuso sexual infantil (ASI) está en el terreno de lo inenarrable. Es eso que todos y todas sabemos, conocemos, atravesamos en entornos familiares pero nadie quiere decir. Es inefable, aberrante, te atraganta, te roba el habla, el hambre, el pienso, la paz. Silvina Ocampo tiene un cuento que en una de sus páginas dice así: “no hallaste fórmula pudorosa ni clara ni concisa de confesarte”, se llama “El pecado mortal” y lo que vivió esa niña protagonista con el empleado de la familia no figuraba en su lista de pecados porque no tenía nombre, no había palabra ni sonido que lo represente. Pero la roturas emergen en algún momento de la vida, de los días, de los márgenes en los que transitamos y habitamos un lugar. Salen por los poros y por las bocas las verdades que se transforman en imposibilidades psíquicas, subjetividades desgarradas.
¿Qué dice de nosotras y nosotros el ASI?
El abuso sexual infantil se produce en todos los casos que conocemos en desigualdad de condiciones, edades, poder, contextos, entornos. Es un delito que no debería tener una fecha de caducidad. En la región, según datos de Unicef, una de cada seis niñas y uno de cada diez niños ha sufrido abuso sexual, y la mayoría de los casos son perpetrados en el entorno familiar (74.2 por ciento) y por hombres (81.1 por ciento). Lo que no hay son números que den cuenta de la cantidad de personas que silencian o silenciaron toda una vida porque no pudieron, no tuvieron fuerza, no supieron defenderse de esos ataques sexuales. No hay estadísticas de los casos donde no hubo penetración y como no fueron lastimados se callaron, se tragaron las palabras, se enfermaron y sufren. Estamos hablando de vidas fragilizadas, problemáticas y efectos de toda índole.
Conocemos en la mayoría casos vía la escucha, de entrevista, del laburo en el territorio, las consecuencias siniestras que padecen personas atravesadas por abusos en su infancia: problemas en la educación, trastornos psicológicos, de la atención, en lo vincular, dificultades en su sexualidad, para maternar o paternar, en su producción y empleo. El 63% de las personas abusadas intentan suicidarse y un gran porcentaje lo hace. El Estado ausente sólo contempla la asimetría entre imputados y víctimas. La dilatación de los procesos judiciales y la burocracia administrativa en las causas de abuso cuajan la posibilidad de justicia. Y mientras tanto el espanto que generan estos delitos obstruyen cualquier pensamiento colectivo. Cuando vemos el horror corremos, callamos, huímos y el niño y la niña siguen ahí, en el mismo cuadro del que sólo vemos la escena.
¿Y si hacemos el complejo ejercicio de despegarnos del dolor y de la perversidad cuál sería la verdadera justicia social? ¿fallamos como ciudadanos y ciudadanas? ¿Dónde está nuestra responsabilidad? ¿Por qué el Estado siempre llega tarde? ¿Nunca viste algunas señales en una menor y no quisiste seguir preguntando? ¿Qué acciones conocemos que frenan la violencia contra las y los menores? Es difícil la tarea de asumir lo que nos rodea sin caer en la trampa de un estado mediático y amarillista de la información, sin una revictimización de las y los abusados. De nuevo: ¿Qué dice el abuso sexual infantil de nosotros y nosotras?
Cada uno de estos delitos que acontecen en el Departamento Colón podrían verse como una película con personajes secundarios, no los protagonistas, que no se quieren dar cuenta, que no pueden, o que no tienen el coraje de hacer algo. El niño y la niña siguen solos con la muerte. Las y los adultos abusados hablan cuando son escuchados y cuando pueden, en el mejor de los desenlaces.