viernes, 16 de mayo de 2025
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Habitar el mundo, el amor y la anorexia

Luciana Cáncer firma Un lugar guardado para algo, libro que le pone lenguaje a un tema al que suelen faltarle palabras precisas: trastornos alimentarios. Detecta vacíos, tiempos, miradas, sentires y dolores comunes. “Busco una escena sin hambre, sin consciencia plena del cuerpo, una escena donde la comida y la forma y la gravedad empujando mi cuerpo contra el suelo, obligándome sin descanso a sostener mi peso, no domine el mundo. Pero no la encuentro”. Su enunciación ahoga. Asfixia porque esa invitación del libro, que está en el reconocimiento propio de cada lectora/or, resulta imposible, inmemorable, inimaginable entre sus 252 páginas.

[Literatura y Anorexia]

•×Ani Alegre

© Fotos Archivo Luciana Cáncer @soyluciana

 

Podemos pensar tal vez que la razón por la que el ser humano produce literatura sea la necesidad de nombrar aquello no aún no existe, que no fue antedicho y genera incomodidad no hacerle justicia con la palabra empuñada. Tal vez el libro venga de ahí, del hambre de enunciar lo que se escapa en el campo de lo observable y lo dicho. Acaso Luciana interviene entre los párrafos, con un esfuerzo inacabable, manifestando una condición que trae sufrimiento, pero con la que se vive. La hace evidente de mil maneras, en distintos escenarios, con personajes que laten, existen, dañan, no comen, se desnudan, abandonan, viajan y duermen cada día. 

“No sé muy bien porqué Un lugar guardado para algo, tengo como un concepto con las palabras: lugar, espacio y vacío, que aparecen en todo lo que escribo y sigue apareciendo como una clave, como si hubiera un recoveco al que no se accede nunca y tiene que ver con no llenar, con sentir el vacío o con no querer sentirse llena. Es como una pregunta que está siempre latente y no tengo claro si es con el padre o la falta del padre y quedó ahí. Apareció el nombre del libro en una escena explícita y me parece que responde a dejar siempre algo en el plato, o con continente y contenido. Como que hay algo que está para llenarse, pero no se termina de llenar”, responde la escritora bonaerense en diálogo con Circular.

Luciana confirma que la anorexia sigue estando en el terreno de lo inefable: es eso que todos saben pero nadie puede decir. Remacha la idea de que es una mala palabra por muchos motivos: “Ninguna persona, sobre todo mujer, se hace cargo de que tiene malos hábitos con la comida o lo disfraza ahora con esto de los hábitos saludables. Hay como una cultura impuesta en que debemos ser flacas imposibles y hacer videítos fit y comer fibras y batidos. Eso también es anorexia en algún punto, sólo que está disfrazado para hacerlo sin culpa. No puede una decir a viva voz que vive a dieta en esta era, no vamos a escuchar a nadie decir ‘Angelina Jolie no come’ o que está dos días tomando líquido, porque está mal, porque te morís en ese camino. Hay gente que lo aguanta, pero es imposible y no es el ejemplo a dar, no son condiciones saludables”

A veces quiera entregarme al impulso de gritar que Angelina Jolie es anoréxica, que Kendall Jenner bordea la anorexia; que Keira Knightley, también; que Nicole Kidman es rotundamente anoréxica; igual que una de las gemelas Olsen o Taylor Swift; que la famosa modelo que se inició en las gráficas blanco y negro de Calvin Klein edificó un emporio por encima de su cuerpo esquelético; que la actriz de una novela para adolescentes se engolosinó con la figura fantasmal que tuvo que adquirir para filmar una película y después de eso quedó flaquita, incluso mientras estuvo embarazada; que a una modelo de ojitos chinos se le fue la mano y quedó con una cintura adolescente cuando se separó de un hombre que la engañaba; que la chica que escribió un libro sobre su propia anorexia no se curó, como yo, como muchas otras; que una actriz que protagonizaba programas infantiles se murió porque exigió demasiado a su corazón debilitado por años de exceso de ejercicio y poca comida en el cuerpo.

Un lugar guardado para algo pinta el mundo que nos rodea. El libro dice, produce conocimiento y cruza la frontera mediática con otras formas de pensar lo social: ahí está la literatura. Luciana escribe mientras labura con los números, es contadora y lee mientras narra y convida la palabra. “Desde muy chica leí, de hecho, soñaba con escribir libros. Después la misma enfermedad que hace como una sustracción de la personalidad, todo lo que estaba ahí lo arrasó y tuve una crisis cuando estaba estudiando. También los números me encantan, me parece que es un código del lenguaje tan válido como el otro y no veo tan lejano una cosa de la otra. Siento que son como dos códigos distintos del lenguaje. Me pasó que cuando estaba estudiando tuve una crisis de salud muy grande, tuve que dejar todo y agarré lo que me salía fácil que era ser contadora, es un trabajo que a la vez me resulta, vivo con eso, pero lo más costoso es sentarse a escribir y vivir de la escritura”, dice.

Comenta que la tracción por la escritura y la lectura estuvieron siempre y que cuando irrumpió la enfermedad se llevó todo lo que había. “Mi cabeza y mi cuerpo empezaron a estar en una sola cosa que era mi vínculo con la comida o con la no comida y todas las cosas que me gustaba hacer o me interesaban desaparecieron. Sólo era en función de la enfermedad y recuperar todo eso, o ni siquiera recuperar porque sos un ser humano en construcción a los 14 años, y volver a sentir que tenía espacios que cultivar tardó muchísimo tiempo en llegar para salir del vacío de la enfermedad”.

 

Lo personal es político: el talle imposible

Es muy difícil ver en los demás las obsesiones que nos dominan. Conocemos cada detalle, cada signo, cada intención física de esas Mentes Espejo: el diámetro ínfimo de las muñecas, el tono opaco de la piel, la cara angulosa, la incomodidad en el cuerpo, la necesidad de mostrar flacura a mansalva, concavidad, estrechez. Los ojos excesivos brutales como fauces, dispuestos a comerse todo lo que no entre por la boca clausurada y seca. El halo inconfundible de la autocensura.

Hay un mapa, un organismo y una norma, la experiencia y el exponer. Narrar, desestigmatizar, despatologizar. Hay símbolos, significados y significantes detrás de un plato de comida. Hay ruidos, balanzas, miradas y vociferaciones. Hay una marca de ropa argentina muy conocida en el público joven que inició una búsqueda por redes sociales para encontrar una modelo de calce. Bajo el slogan de “te estamos buscando para sumarte a nuestro equipo de trabajo” solicitando Talla 24 y 1.65 / 1.70 de altura. El culto a la extrema delgadez se impone como regla. Hay aspiraciones en cuerpos imposibles.

“Lo que hice fue visibilizar una experiencia personal, tratar de desnudar la enfermedad porque está esa idea de que sos flaca porque no comes y hay muchas cosas que suceden alrededor de la palabra. Yo me hago cargo de que tengo esta condición pero me siento, te acompaño, no dejo de compartir situaciones por el alimento, estoy, no me borro, ocupo un espacio, tengo una vida y hay un montón de otras cosas en esa vida. Toda esa superficie asolada que había quedado con la enfermedad en algún momento se fue, muy de a poco, llenando de otras escenas y dotando de afectos con los que vivo y puedo vivir sin dejar aquello que está conmigo y no se va a ir nunca. Se fue el riesgo de muerte, pero lo que le pasa a mi cabeza va a seguir pasando, sólo que soy más grande, entiendo y sé cómo salvarme”, comparte Luciana considerando la absoluta hipocresía que gira en torno al tema. “La delgadez es algo muy deseado, se sigue sin tratar el tema mientras se ignora la ley de talles, las marcas buscan modelos flacas, la gente busca ser flaca, cuando alguien se hace una operación de cinturón gástrico se lo felicita porque ahora está bien, todos aplauden porque va a ser flaco”.

La capacidad de persistir

En tiempos de IA, influencers, flacura y enunciación, la literatura también puede ser un modo de irrumpir. Un lugar guardado para algo  recompone, desabriga hechos hundidos en la memoria y la culpa. Luciana hace el ejercicio de contarse y contar.

Entro al agua mansa. Sumerjo mi cuerpo, me dejo conducir con docilidad por la suavidad líquida. Me extiendo de cara al cielo y siento cómo las algas van y vienen, construyen un vaivén cariñoso. Me pregunto si puedo terminar la historia así, si es un buen final. Si será esto cómo encontrar la paz. Floto liviana, suelto el pensamiento y me dejo llevar por un alivio nuevo que se instala en mí como una forma de perdón.

Luciana cuenta que en todos estos años de gran ayuda fue la lectura y ese punto de reconocimiento que gesta el libro cuando el vínculo se vuelve íntimo con las palabras y su efecto espejo. “Te reconoces humana sabiendo que todos pasamos por situaciones y en el libro intenté escribir para llegar a todos, no para que específicamente sea leído por una persona con anorexia, sino que podes tener una fractura en tu personalidad, un problema, una cuestión en tu cabeza girando y te podes identificar igual”.

Probablemente no suceda ahora mismo, pero abrir un libro, conocer una historia, atravesarla como quien se mete al río en patas y se deja llevar por la corriente, sea parte de la construcción de una barrera política, protectora del impacto de los daños de los estereotipos y las ausencias sobre nuestras vidas, psiquis y cuerpos. Un lugar guardado para algo no hace futurología utópica para el buen vivir, no es autoayuda, no propone medicinas para salir de la anorexia. Sí comparte la experiencia de un presente donde el amor, la anorexia y la indiferencia son tres grandes espacios que operan como fuente de identificación abriendo una crítica despatologizante para que no nos pensemos como enfermas. 

A veces me impresiona mi capacidad de persistir. Pero no me sorprende. Me tranquiliza, me asegura que sigo siendo la misma persona de pie sobre un planeta que no para de girar. 

 

 

∆ {Curaduría por Equipo Circular}

 

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