Debates sobre el antes y el después de un escrache
El problema de la violencia de género en el Departamento Colón
[Feminismos para cambiar el mundo]
•×Ana Paula Alegre
© Fotos Clara Chauvín
En todos los lugares del Departamento Colón donde el flagelo de la violencia de género se hace presente, el heterogéneo movimiento de mujeres ha asumido el papel de protagonista del presente político. Frente a la catástrofe de género se tejen denuncias cotidianas. El profesor, el masajista, el policía, el papá de, el abuelo de, el tío de, el gremialista, el novio de toda la vida, el amigo impensado, el abogado, el contador, el carnicero, el dirigente y el político. Caen. Hay una generación que ya no deja pasar nada que huela a dolor, injusticia, machismo y patriarcado. Con alianzas de aguja e hilo, conversaciones íntimas y políticas de cuidado se crean en estos días en las ciudades vecinas, espacios para el desahogo, la denuncia y claro, el escrache: una metodología rápida, contundente, pero sobre todo que sirve para eludir lo que casi siempre pateamos para después, aquello que repara el daño individual y que sacude la realidad colectivamente.
Hace 6 días arrancó el año 2025 y hay muchas personas en esta orilla del río Uruguay reaprendiendo sobre vínculos allí donde gestaron sus primeros amores. Pero, en la autogestión de la justicia exprés, ¿Cómo actúan padres, madres y abuelos? ¿qué rol cobran las instituciones? ¿la política partidaria? ¿los municipios? cuántas mujeres se reconocieron en esas escenas narradas en redes sociales y mensajes de WhatsApp? y, lo más importante, ¿Qué lugar les queda a los varones?
Sofía comprendió dos días después lo que aquella noche del infierno, el 25 de diciembre del 2023 le sucedió. No tiene muchos recuerdos concretos ni nítidos, pero en su cuerpo hubo registros de dolor, moretones, marcas rojas, angustia y vacío; son las marcas más duras y difíciles de despejar en el esqueleto de un abuso. Se lo contó a una amiga, ella le escribió a una conocida que está en el feminismo y así, semanas más tarde, salió del círculo privado tan sólo uno de los hechos que escribo en estas líneas. Pasó en Colón hace dos años, encubrieron a 5 pibes de apellido, sucedió en un campo en la casa de fin de semana de uno de ellos.
Disculpen las molestias, estamos cambiando el mundo para usted
La urgencia por encontrar explicación a lo que en los primeros momentos no logramos quitar del registro del “qué horror” exige explicaciones perentorias, responsables con rostros visibles. Se tejen cuidadosamente así los primeros pasos de la denuncia, las publicaciones, los mensajes y el compartir. Claro que las simplificaciones llegan rápido y pueden coincidir con parte de la respuesta que en casos como el de San José trascendido en los últimos días, requieren acciones urgentes. ¿Pero transformaciones para cuándo?
Hay muchas y muchos adultos incómodos, han experimentado siempre estas cuestiones de la violencia con escalas punitivistas puertas adentro con frases del tipo “que se encargue la justicia” y el escrache no les cierra porque claro: opera como ese vidrio oscuro que les ha impedido hasta hoy, ver y comprender qué había detrás de estas manifestaciones, cómo se gestaron, cuáles fueron sus lógicas, qué respuestas ofrecieron las autoridades, en qué medida las mujeres resignificaron esos abusos a lo largo del tiempo y qué ocurrió con los varones y esta sociedad del horror que permite una convivencia pacífica con la violencia. Pero, amigas y amigos, las mujeres no sólo denunciamos situaciones abusivas de nuestros pares, además, desmenuzamos el currículo oculto: desnaturalizamos y rechazamos las miradas y los comentarios lascivos de parejas, familiares, amigos, compañeros, profesores. Cuestionamos la modalidad ejercitada en los espacios públicos y privados. Observamos y enunciamos a viva voz el modo de actuar señalando vacíos indefendibles.
“Las denuncias de las pibas son espejos para los pibes”, dijo Francisco en una entrevista por la televisión, recuerdo que fue uno de los tantos estudiantes denunciados allá por el 2018. Muchos varones buscaron desde la irrupción del movimiento feminista en su última ola, escuchar, internalizar, comprender sus rasgos machistas. Algunos más activos, pero otros sumamente negados y como en una contraofensiva triplemente violenta. Asistimos incluso mesas familiares y reuniones con amigos o compañeras de la secundaria o el club frente a enunciaciones de tipos enfurecidos declarando que las “feministas le arruinaron la vida”, o deprimidos, aislados de todo.
Sí hay varones que asumen el desafío de mirarse en el espejo de las denuncias publicadas reconociendo sus privilegios e intentan todos los días desarticularlos, tenemos que decirlo. Pero ese ejercicio no es individual, está casi siempre acompañado de amigas, compañeras, terapeutas y un sostén feminista que despoja el individualismo porque como bien sabemos, descubrir la desigualdad de género es una experiencia intensa, un despertar crudo, agobiante y que está suscrito, aunque duela, en tu historia, en tu casa, en tu trabajo, en tu barrio, en tu escuela. Por donde miremos se nos pone ese espejo de relaciones de género abusivas, violentas y desiguales. Y frente a esa experiencia individual de reconocerlo y palparlo, la materialización de la cultura machista es colectiva, el asumir que se trata de un elemento presente en la vida de todos y todas. El feminismo es por eso una lección sociológica, entendemos desde sus enunciados hechos sociales, esas maneras de obrar, sentir y vivir que nos vienen, como escribe Émile Durkheim. Y detrás de cualquier lección sociológica, siempre hay una lección política: porque si las cosas son así por una construcción, entonces eso quiere decir que podemos y tenemos la responsabilidad de cimentar otros modos de habitar la vida.
En las casas, en las redes y en las calles
267 femicidios en 2024, 33 en el mes de diciembre en nuestro país. No son cifras, son trayectorias de vida destrozadas y no menciono aquí los datos del Departamento Colón que sumaban a mitad del 2024 cerca de 80 denuncias semanales aclarando además que hay muchos hechos que no llegan a ser, que están silenciados y oprimidos en el espiral de la violencia estructural que se gesta en estas horas con el empobrecimiento de la calidad de vida.
Hay mucho de pérdida. Derechos, leyes, empleos, trabajos y posibilidades. Hay pérdidas de vida y fundamentalmente violencia cotidiana. Claudia Camposto, desde la Universidad Nacional de Quilmes y Conicet: dos territorios bombardeados en los últimos meses, interpela: “¿Bajo qué modalidades continuar profundizando acuerdos entre las diversas luchas en pos de un horizonte común? ¿Cómo ir gestando alternativas autónomas al modelo de desarrollo que se pretende imponer? ¿De qué manera construir un proyecto civilizatorio alternativo?”. Remata: “Son cada vez mayores los desafíos que deben encarar las resistencias contra el despojo. El reto es bien grande, porque se trata de sembrar y cultivar opciones concretas en cada territorio, buscando compartir saberes y prácticas, pero sin copiar recetas ni homogeneizar experiencias”.
Se hace insoportable tener que insistir con la obviedad de que a las mujeres nos victimizan por lo que somos. Perdemos un montón que a veces terminamos perdiendo también el ánimo necesario para convencer a otros y otras sobre esta idea de construir otras formas de estar y de ser, de habitar, de crear nuevos sueños sociales. Entonces es justo y urgente escribir que esa vulnerabilidad de género ante ciertas violencias también debe ser una preocupación para la sociedad en su conjunto más allá de su versión procesal de cara a los imputados, lo mejor que tiene como corriente política lo que nos está pasando, es el límite frente al poder cuando avasalla derechos y vidas en una situación de abusos. Como enseña Virginie Despentes, hay quienes “denuncian con virulencia las injusticias sociales o raciales, pero se muestran indulgentes y comprensivos cuando se trata de la dominación machista. Son muchos los que pretenden explicar que el combate feminista es secundario, como si fuera un deporte de ricos, sin pertinencia ni urgencia. Hace falta ser idiota, o asquerosamente deshonesto, para pensar que una forma de opresión es insoportable y juzgar que la otra está llena de poesía”.
Cuesta imaginar que frente a un movimiento tan contundente ya en ciudades del Departamento Colón y la provincia de Entre Ríos, algún adulto se mantenga tan al margen. No puede ser que el mundo nos quede viejo. La cultura en la que transitamos nuestros días sigue siendo patriarcal y la movilización de mujeres avanza hacia una resistencia activa y creativa. La experiencia está inmiscuyéndose por encima de la condición de víctima individual sufriente pasiva. Las respuestas entonces a la altura de la lucha y los costos en vidas serán aquellas que arranquen de raíz las condiciones de producción y reproducción de una normalidad violenta. A ver si nos tomamos de una buena vez el feminismo en serio y vemos alianzas a través de respuestas eficaces donde la meta sea menos castigo, más justicia. En lugar de repeler las demandas, gestionarlas, darlo todo vuelta si es necesario, pero no minimizando el dolor y las violencias como un proyecto político central. Hay un presente que exige la reconstrucción de mejores marcos, vidas, vínculos, conceptos. Siempre con la sociedad en su diversidad como sujeto de nuevas historias de amor e igualdad.