sábado, 2 de noviembre de 2024
Juguetes perdidos

El último tango en Helsinki

Cuando el mundo se desmorona, es posible encontrarse para estar menos solos

•×Clara Chauvín

[Crítica de cine]

© Fotos oficiales de Fallen Leaves

El 2023 tuvo el regreso de uno de los cineastas imprescindibles: Aki Kaurismäki. En su última película Hojas de otoño, el director y guionista finlandés vuelve con su particular mirada del mundo para contar historias cargadas de nostalgia, humor e ironía, sobre laburantes que encuentran esperanzas en medio de un mundo que se desmorona.

 

Encontrar la belleza donde menos se la espera es probablemente una de las maravillas del cine; ver lo extraordinario en lo habitual de la vida cotidiana de quienes se levantan todos los días para ir a laburar, pagar cuentas y sobrevivir frente a los obstáculos del capitalismo. Sobre esa premisa, el director y guionista finlandés Aki Kaurismäki construyó una filmografía exquisita a lo largo de más de cuatro décadas, con un estilo totalmente personal que se convirtió en un sello inconfundible.

Su cine tiene una perspectiva profundamente social y humana y es quien mejor retrató la realidad de la clase obrera en Finlandia y las consecuencias de las políticas neoliberales, casi siempre situada en Helsinki -de donde es oriundo-, pero contado con un lenguaje tan universal que sus historias podrían ser las de cualquier ciudad del mundo. Su más reciente y esperada película Hojas de otoño (Kuolleet lehdet, 2023), ganadora Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2023, retoma muchos de los temas recurrentes en sus historias: personajes solitarios, trabajo, desocupación, bares, cigarrillos y la búsqueda del amor cuando menos se lo espera.

Como en todas sus películas, Hojas de otoño inicia con una de las marcas indispensables del cineasta: presentar a los personajes en sus espacios laborales. Ella es Ansa (Alma Poysti) y es empleada en un supermercado, al igual que Ilona en Sombras en el paraíso (Varjoja paratiisissa, 1986); él es Holappa (Jussi Vatanen), operario en una fábrica que esconde su problema con el alcohol. Los personajes del universo kaurismakiano se identifican primero con su trabajo, lo que les da una identidad que será determinante en sus decisiones a lo largo de la narración.

En La chica de la fábrica de fósforos (Tulitikkutehtaan Tyttö, 1990), la triste Iris, desesperada por enamorarse, es un eslabón más de una fábrica gris y deshumanizante. En Nubes pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996), Lauri e Ilona son un matrimonio que se queda sin trabajo y deberán enfrentarse a toda una serie de vicisitudes para tratar de salir adelante en un contexto de pocas oportunidades. En Un hombre sin pasado (Mies vailla menneisyyttä, 2002), el héroe anónimo que pierde la memoria tras recibir una grave paliza de unos delincuentes, no puede recordar quién es ni nada de su vida, excepto que sabe realizar trabajos metalúrgicos.

En medio de sus solitarias vidas, el azar lleva a Ansa y Holappa a cruzar tímidas miradas en un karaoke. Desde entonces, habrá encuentros y desencuentros entre estos dos seres que desean brindarse una oportunidad, probablemente luego de muchas que no salieron, mientras también van cambiando de empleo. Un aspecto fundamental de las historias de Kaurismäki es el absoluto presente ya que se centran en un momento muy concreto de los personajes. Poco sabemos de sus orígenes o de por qué llegaron a donde llegaron. La historia no necesita explicar esos aspectos, con solamente algunos detalles que el cineasta nos pone en escena ya podemos entender en profundidad a los personajes.

Así como sus películas son pequeños relatos de gente común y corriente, todo en el cine del maestro finlandés es de un marcado minimalismo. Sus composiciones de planos no necesitan de grandes movimientos de cámara ni actuaciones grandilocuentes, los diálogos suelen ser escuetos y los personajes casi inexpresivos (algo que ha influenciado muchísimo en el cine de Wes Anderson). Sin embargo, un pequeño gesto puede transmitir emoción, tristeza y hasta desesperación. En una de las mejores escenas de la película en que Ansa y Holappa tienen su primera cita, van al cine a ver The dead don’t die de Jim Jarmusch (con quien Kaurismäki mantiene una larga amistad y hasta se pueden encontrar muchos diálogos entre las filmografías de ambos directores). A la salida, ella le anota su número de teléfono en un papel y le da un beso en la mejilla. La reacción de Holappa es tan contenida como conmovedora y sabemos que en ése momento su vida cambió para siempre.

Las fábricas, las calles grises de Helsinki, las pequeñas casas en los barrios suburbanos al límite con zonas rurales son algunos de los escenarios habituales. También los bares, entre vodka y humo de cigarrillo, donde más se expresa el clima de melancolía que sobrevuela a los personajes que hacen una comunión de su nostalgia. La música es un elemento esencial en el cine de Kaurismäki, ya sea una banda tocando rock o música más tradicional. Pero algo que no puede faltar en ninguna de sus películas es el tango, del cual el director se ha declarado fanático. Por ejemplo, en Luces al atardecer (Laitakaupungin valot, 2006) comienza con Volver y finaliza con El día que me quieras, interpretadas por Carlos Gardel. En Hojas de otoño nuevamente emerge la voz del zorzal criollo, este caso con Arrabal amargo. “Rinconcito arrabalero con el toldo de estrellas. De tu patio te quiero. Todo, todo se ilumina cuando ella vuelve a verte…” se escucha en una escena que transcurre en un bar llamado, casualmente, Buenos Aires.

Hacia el final de la película, el director hace un pequeño homenaje a Tiempos Modernos (Modern times, 1936), el clásico de Charles Chaplin donde un obrero metalúrgico padece todas las injusticias del capitalismo más salvaje, pero en el amor logra hallar un refugio que lo salva de su destino. Kaurismäki puede parecer un pesimista, algo que expresa en las pocas entrevistas que suele brindar. “Creo que el capitalismo es un crimen”, sostiene. En escenas en que alguna radio o televisión está encendida, los noticieros relatan sucesos de crisis, guerras y hambre. En Hojas de otoño, las noticias sobre la invasión rusa a Ucrania ocupan los silencios. Sin embargo, cuando el mundo se desmorona, cuando el Estado profundiza las desigualdades, cuando la enajenación del trabajo asalariado demanda la total subordinación y dependencia de la clase trabajadora empujada al individualismo, Kaurismäki nos recuerda que es posible encontrarse para estar menos solos.

Entregarse al amor frente a un sistema que busca desarticular todos los lazos sociales, son las pequeñas rebeliones a las que sus personajes se aventuran para seguir sobreviviendo y hasta darse el lujo de tener nuevas esperanzas. Porque los finales felices siempre vienen de la mano de quienes apuestan a una mayor humanidad.

 

∆ {Curaduría por Equipo Circular}

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