El presidente que arranca al revés
Dicen que le ganó al aparato, pero lo acompaña la casta. ¿A qué juega Milei?
•×Juan Pablo Scattini
[Política y Libertarios]
©Foto de Fefo Gross
Javier Milei rompió todas las estructuras. En un hecho histórico, el líder de un partido nuevo, sin experiencia previa en un Poder Ejecutivo, ganó el ballotage y es el nuevo Presidente de los argentinos. Ahora que bajó la espuma, una serie de reflexiones pueden colaborar a entender por qué un dirigente con su perfil no sólo irrumpió en la escena política nacional, sino que además logró imponerse en un mano a mano contra un ministro con experiencia que terminó reconociendo la derrota mucho más temprano de lo esperado y por una diferencia no esperada.
Lo primero que hay que decir es que Milei logró algo que parecía, hace algunos años, imposible: ganarle a las grandes estructuras partidarias del país. El economista libertario, con un puñado de seguidores fieles, muchos adherentes y un círculo de asesores que son en su mayoría un revival del menemato, dejó en el camino a la Unión Cívica Radical, al Partido Justicialista -en todas sus versiones- y al PRO.
Es decir, a las tres grandes fuerzas que pueden ostentar desarrollo territorial, miles de afiliados, cientos de cargos ejecutivos y legislativos, recursos, rosca, militantes, punteros y mucho más. Él le ganó al aparato pero lo acompañará la casta. Sin nada de todo lo mencionado, derrumbó las chances de gigantes que tienen, en casos, más de cien años de experiencia haciendo campaña y gestionando el Estado. Algo que desnuda, por otro lado, una profunda crisis de representatividad de aquellos que, otrora, supieron ser la síntesis de la mayoría.Y eso no significa que La Libertad Avanza como tal lo sea, porque si uno analiza los comicios provinciales desdoblados, sin la figura del electo presidente, entonces encuentra que sus alfiles locales tuvieron magros resultados. Se puede inferir entonces que lo que cambió fue el electorado. Ya no son los partidos los que representan, ahora son las figuras. El nuevo jefe de Estado carga con la enorme responsabilidad no sólo de administrar una Argentina en crisis, sino que además de no echar por tierra las expectativas de los más de doce millones de ciudadanos que depositaron su confianza en él. No en su espacio, no en su partido, no en su prácticamente inexistente estructura: pura y exclusivamente en él.
Y Javier Milei, dado todo esto, arranca al revés. En el pasado un partido se creaba, iba en búsqueda de un territorio, luego se expandía y finalmente apuntaba a la Nación. Con la excepción del peronismo, habida cuenta de su génesis en el contexto de un gobierno de facto y su posterior validación en las urnas de la mano de un líder popular, la UCR y otros espacios que han sabido gobernar, como el PRO o el socialismo santafesino, han arrancado de abajo hacia arriba. Mauricio Macri primero fue presidente de Boca, luego jefe de Estado y finalmente presidente. Un camino ascendente, peldaño a peldaño, hasta el Sillón de Rivadavia. El líder de LLA, en cambio, pone primera directamente en Casa Rosada, tras un breve calentamiento de motores como diputado nacional, cargo que usó como termómetro electoral en 2021 y no mucho más, dado que básicamente se ha dedicado a no legislar, sino más bien a usar su lugar como fuente de financiamiento.
Así y todo la victoria del dirigente libertario es inobjetable. La gran mayoría del país se decidió por su figura. Goza de completa legitimidad y como tal es la voluntad popular la que lo ha puesto en el lugar que ocupará el 10 de diciembre. Fácil sería decir algo que se suele escuchar cuando gana alguien que puede no ser del gusto de uno: la gente se equivocó. A contramano de esa idea, que no sólo descalifica el derecho sagrado del comicio sino que además pone al vocero en un lugar de votante calificado, es bueno preguntarse qué promovió la posibilidad de que un personaje nacido al calor del rating mediático pudiera erigirse como una alternativa viable en una democracia que celebrará 40 años colocándole la Banda Presidencial a alguien que se ha ocupado, hasta el extremo, de vapulear a figuras institucionales y de agitar la Teoría de los Dos Demonios en favor de la última dictadura cívico-militar.
Milei nos ha llevado a todos a discutir lo que parecía algo ya saldado, desde los supuestos “excesos” que derivaron en desapariciones hasta la gratuidad de los sistemas sanitario y educativo. También corrió el margen a niveles extremos, dejando entrever su intención de privatizar mares, y negó el cambio climático o señaló que la Educación Sexual tiene como intención hacer desaparecer la especie. Ese, que hizo y dijo todo eso, ganó. ¿Cómo lo logró? ¿Fue suerte? ¿La gente votó sólo enojada?
Una primera aproximación a una explicación razonable debería empezar por decir que Argentina atraviesa un momento crítico. Por factores externos y por factores propios, algunos agravados por los primeros. En el mundo, con contadas excepciones, los oficialismos han perdido luego de la pandemia. Los estragos de lo sucedido con el Covid y especialmente las medidas que obligó a tomar a los gobiernos ha reconfigurado el mapa mundial, dejando secuelas sociales, políticas y culturales.
Sumando a eso la guerra Rusia-Ucrania aceleró los precios de commodities, provocando inflación en economías que van desde las que desconocían el término hasta la nuestra, donde es moneda corriente. Un tercer factor exógeno puede verificarse en una sequía histórica, que privó al país de un ingreso de 20 mil millones de dólares que habrían colaborado a oxigenar arcas y a abrir importaciones. Un bien escaso, que no solo no está, sino que además es deuda heredada de una gestión que pidió y fugo 45 mil millones de dólares, hipotecando el futuro de generaciones. A todo esto se le suma un frente de gobierno que se dinamitó rápidamente, que nunca trabajó como coalición y que terminó provocando algo que parecía imposible: que la figura del Presidente pase casi al anonimato, aún en funciones.
En ese marco, si bien el gobierno puede mostrar datos positivos -buen nivel de actividad, 37 meses consecutivos creando empleo registrado, una importante inversión en obra pública y un bajo porcentaje de desocupación- era bastante lógico que el electorado le diera la espalda a la opción liderada además por Sergio Massa, que hoy tiene a su cargo la cartera económica. Una segunda aproximación podría postular que, del lado de quienes votaron la opción que perdió, hubo un exceso de optimismo en relación al factor racional. Es decir, pretender que un vecino compre una yerba a $2 mil pero acompañe su proyecto porque, a priori, lo de enfrente es más riesgoso.
La campaña del oficialismo apeló excesivamente al miedo y a vivencias existenciales, cuando por un lado en general uno cuando vota deposita bronca -mucha, en este caso- pero también la esperanza de estar mejor, de un porvenir más venturoso, de un futuro más seguro; y por el otro una cantidad importante de ciudadanos no ha vivido experiencias que podrían servir como identificación que motiven a elegir diferente. Complicado pedirle a un joven de 19 años que entienda o valore la democracia como alguien de 50.Una deuda de la democracia, sin dudas, esa de generar más y mejor ciudadanía. Y Milei, canalizó todo eso.Fue la válvula a través de la cual millones dijeron “basta”, pero también dejaron un mensaje en relación a la necesidad de que las cosas mejoren.Algo subterráneo y sutil como aquel “que se vayan todos”.No obstante queda aun sin respuesta que le sucede al electorado que eligió esta propuesta cuando se visibiliza la injerencia de Macri en la conformación del gabinete donde hasta el momento se queda con 6 ministerios y da por tierra los nombres que había convocado el presidente electo.
Posiblemente un gran número de esos votantes no niegue el genocidio ni el cambio climático, no pretenda vender un riñón, no quiera arancelar la universidad ni mandar a su hijo a la escuela con una pistola. Pero sí, en todos los casos, piden que algo cambie. Y que cambie para bien. Sólo el tiempo dirá si su confianza fue o no traicionada.
∆ {Curaduría por Equipo Circular}